El Indio está viejo y se está muriendo. Lo primero es peor que lo segundo. No lo digo yo, lo dice él. “La muerte es una oportunidad muy especial para liberarte de tus compromisos y hacer lo que quieras”, dijo en Tsunami - Un océano de gente. Y en su entrevista a Gelatina el domingo pasado dijo: “La vejez es una cagada”.
Pasaron 8 años entre aquel documental y esta última entrevista. En ese período, y sobre todo después de Olavarría, cada aparición del Indio (en forma de canción, en forma de disco, en forma de posteo en Instagram, en forma de entrevista y en no-forma de invitado virtual a los shows de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado) viene con una nueva capa de mística adosada: cualquiera puede ser la última. Para él, reformista & reformulador –que es la manera en la que pone alguien que se autopercibe contracultural pone de manifiesto el formalismo – no es algo menor. En el Indio, la forma determina (¿es?) el contenido y no a la inversa. Se trata siempre de una forma fantasmal, críptica, horadada, acribillada a balazos pero que no por eso deja de ser forma (es Epecuén).
Es tan formalista el Indio que en la entrevista a Gelatina dice que Perón también lo era. Y que la frase “La única verdad es la realidad” no quiere decir nada, pero que su éxito radica en su forma, en la manera en la que las palabras crean sentido incluso antes de que accedamos a su significado. “Son cosas que entre sí interaccionan de manera un poco chispeante”, dice el Indio sobre la forma en la que Perón pone sobre la mesa los conceptos de Verdad y Realidad. En el pragmatismo peronista de esa frase que busca ser puro contenido, el Indio le devela un estructuralismo propio del slogan político. “El tipo [el tipo vendría a ser Perón] la pegó con eso, porque es una frase que repite todo el mundo”, concluye el Indio, que de slogans políticos y frases que funcionan sabe un poquito. Como muestra, recordar que “Vencedores vencidos” subvierte el “Ni vencedores ni vencidos”, rastreable en Urquiza post Caseros (1852) y en Lonardi post Golpe de Estado del 55. El Indio ve todo desde un prisma estructuralista en el que un cómo [se dice] determina el qué [se dice] y propaga otro qué [se hace] aún más importante.
El Indio Solari: un esteta del slogan.
Durante la entrevista a Gelatina, hace varias menciones a la no intención de explicar sus letras. Eso, dice, le quita magia y tensión a la obra. Repite que no va a explicar cómo era ni qué pasó con la hija del fletero, justo una canción con varias frases en donde “cosas que entre sí interaccionan de manera un poco chispeante”. Por ejemplo: “A los ciegos no les gustan los sordos”.
[Acá Capusotto parodia la forma Solari].
[Acá este párrafo aparte para su mención a Olavarría. ¿Decir con tanta liviandad que no se puede garantizar la seguridad en un show para 300 mil personas cuando tuviste tres muertos en tu último recital? ¿En serio?]
El Indio tensiona vejez y muerte como parte de su formación & formalismo rocker. Entre las verdades rockistas hay una que dice: Vive rápido, muere joven y deja un cadáver bonito. En aquellos años formativos, el rock nunca se imaginó viejo. Entrado el siglo XXI, el rock (y los rockeros) se vieron obligados a reconocer su ansianidad. Después, cada uno elegía si combatirla, abrazarla o jugar a negarla. Hasta los rockeros jóvenes se enamoraron del reflejo arrugado que les devolvía el espejo y entonces se pusieron retros. Para los biológicamente viejos, hubo distintos caminos. El último Leonard Cohen se llevó bien con la vejez y el último Bowie se llevó bien con la muerte. Los dos dejaron entonces dos grandes últimos discos. También estuvo Charlie Watts, el forever old del rock, que se veía siempre listo para dejar un cadáver viejo y bonito. Desde el vamos un teen rocker invertido, murió de viejo, sin grandes alardes de nada, tal como se esperaba. Ahora, los dos rockers argentinos con mayor poder de representatividad están viejos. El Indio tiene 75 y Charly está por cumplir 73. No voy a entrar acá a puntualizar similitudes y diferencias entre ambos, pues ya se ha hecho muchas veces. Solo tomaré las que sirvan a este texto.
Si el Indio es un hippie atravesado por los peligros del underground, Charly es un hippie atravesado por los peligros del jet-set. Ahí donde el Indio eligió una poética a contraluz –que lo dotó de un misterio que él reconoce más externo que propio–, en la entrevista a Gelatina se vuelve literal y enmascara esa vejez que es una cagada. No lo digo yo, lo dice él: está viviendo su decrepitud. Una palabra que usa sin carga de valor, como descripción especista, objetiva, darwinista. Charly, cuya última aparición pública fue con su disco La lógica del escorpión, no oculta su vejez. Su decrepitud está puesta en música, en su fraseo. Lo que en Solari es contraluz, en García es sobreexposición. Para él, la profundidad está en la superficie. (Pero sobre García, su disco, la vejez y la muerte ya escribí acá y también lo hizo mucho mejor Pablo Schanton acá).
Vuelvo al Indio en Gelatina. Muerte y Vejez tensionan a distancia como dos polos magnéticos que ponen a orbitar virutas de otra cosa: política, arte, música, autobiografía, actualidad, viejos rencores, nuevo amores. Por el lado de la vejez, las ideas del Indio se dispersan no solo en la dicción sino también en el foco. De a ratos, suena como si tuviese datos, referencias o verdades a las que se dirige hacia indistintamente de si la pregunta apuntaba hacia el mismo lugar. Lo que antes era agudeza en continuado, ahora aparece en cuentagotas, como una pátina. Del lado de la muerte, todo se vuelve más poético para el Indio. “¿Quién soy yo para que me tome en cuenta el destino?”, dice en los primeros minutos de entrevista. Y ahí sale a flote el formalismo Solari. La frase suena como una desinencia de otra cosa, como si no hubiera en ella ningún acento, como el ronquido esponjoso de un motor que se apaga.
Así aparecen varias. Menciona a la parca sin decirla (su oda a la sin nombre): “Ni siquiera quiero que se me ocurra porque soy capaz de seguir la línea”, tira en plena consonancia con la pulsión de muerte de su obra. Y aunque promete más música nueva, deja lugar a que lo que no se puede controlar lo controle sobre el final “Puede pasar que esta enfermedad sea muy dañina y de pronto uno decida viajar con el bondi vacío”. Una frase que deja lugar a lo indefinido, superadora de la sobrenarración en “Encuentro con un ángel amateur”. Un último bondi a finisvitae.
Pero el Indio se autopercibe rocker hippie (un hippie post industrial, post apocalípitico y post bolche) y entonces el optimismo le surge como deber ser hacia el mundo y los que vendrán (o ya tendrían que haber venido). “Graciosos y valientes”, “Cuando el mundo te permite ser mejor, hay que agarrar viaje”, son algunas de las frases que repite. También, dice, cree en una juventud capaz de armar su propia contracultura, una actual, distinta a la suya pero que retome lo que él llama “una juventud a la que no le gusta, otra vez, el mundo que le dejan sus adultos”. Su legado para ellos es alentarlos a formar “bandas de combate, no de entretenimiento”. Tales son sus ticks de revolución a la hora de dejar el asunto en nuevas manos.
“El arte sirve para que funcione todo lo otro. Para eso sirve el arte”, dijo Laiseca alguna vez. Y en la entrevista el Indio desnuda las formas. Para que funcione todo lo otro, parece complementar, el arte (y él en tanto artista) surge de “la necesidad de miles de personas de que alguien se coma su dolor”. Una autocita a “El infierno está encantador” que tiene la forma “de cosas que entre sí interaccionan de manera un poco chispeante”. Esa visión del arte es atropellada (no tensionada) cuando el Indio decide simplificar su visión del pasado. Siempre esquivo a elogiar colegas, reduce a Elvis Presley a un tipo de Las Vegas que cantó para el FBI; a la gran mayoría del cancionero del rock argentino a ser una colección “de boleros rápidos”; dice que Charly y Fito tienen buenas letras pero no se acuerda cuáles; que Luca le robó “Mejor no hablar de ciertas cosas” y que él nunca necesitó ni robarle a Luca ni coescribir con él. Pero de todo su reduccionismo, el que más duele es el que tiene para con Poli y Skay. El Indio, algo que viene haciendo por lo menos desde Tsunami, se arroga para sí mismo el desarrollo de toda la estética ricotera y reduce a Skay a un mero acompañante. Como si Skay con sus sonidos y silencios de lisergia claustrofóbica no hubiesen sido el mejor correlato para esa poética que mejor no explicar. “La música está hecha para imaginar, y la letra está hecha para hacer visible la música”, dice el Indio en la entrevista. Y entonces uno se pregunta cuántas cosas habrá imaginado y ahora olvidado, escuchando a Skay.
Nunca fui fanático de Los Redondos. Me interioricé en su discografía pasados los primeros veintis, cuando uno ya, por suerte, no construye fanatismos. Pero veo su final como una tragedia. No por los motivos sino por la imposibilidad de un reencuentro de un saludo, una venia, un brindis a distancia entre esas tres personas que se juntaron a hacer canciones que dejaran algo distinto. Y lo lograron. Los Redondos que fueron ellos pero también mucho más que ellos, se merecen otra cosa. Se merecen el silencio, se merecen flotar en sus propios agujeros.
Otra vez resuena “La hija del fletero”, esa canción ejemplo de lo que no hay que explicar, repleta de frases en las que el Indio supo construir tan bien esa interacción chispeante. Me quedo con este verso, hoy, para el Indio puro formalismo, apenas un endecasílabo: “Ay si pudieras recordar sin rencor”.