Hay en la filosofía china una invitación a pensar el universo en ritmo ternario. Según ella, cualquier relación entre dos cosas, sean opuestos o próximos, solo es posible por la existencia de un tercer elemento, que dispone el espacio para que aquellos dos elementos se relacionen y desarrollen. Así, el famoso ying-yang contiene un vacío en el que cualquier cosa sea que simbolicen el blanco y el negro fluyen continuamente. Cuando se habla de vida y muerte, el tercer elemento que posibilita que ambas existan es el tiempo. Entre los tres, se formaría, para la visión occidenteal, un indisoluble vidatiempomuerte. Esa es la versión lineal y cronológica: uno vive, transcurre el tiempo y entonces se muere. La filosofía china plantea, en cambio, alterar el orden para que los impulsos de vida sean siempre hacia la vida y no como meros hechos en la existencia de un condenado a muerte cuyo final es aplazable pero nunca ineludible. Se armaría, entonces, el siguiente esquema: muerte-tiempovida. El guión viene a graficar un espacio, imposible de medir de tan metafórico y personal, en el que la muerte no solo es punto de partida sino también perspectiva.
La obra de Charly García puede pensarse desde sus inicios en ese esquela esquema muerte-tiempovida. "Canción para mi muerte" fue editada en 1972 como adelanto de difusión del primer disco de estudio de Sui Generis y debut discográfico oficial de Charly: Vida. A partir de allí, sus canciones quedaron liberadas al devenir. Hay en ellas una pulsión de vida que solo puede darse cuando la muerte es lo que te empujó y no lo que te arrastra. "Mientras miro las nuevas olas yo ya soy parte del mar", "La vanguardia es así" y "Esta canción durará por siempre" son frases que muestran cómo ese discurrir en un presente que no deja de mirar hacia adelante puede tejerse también en el juego de metatextualidades: Charly hablando sobre la música de Charly. Musicalmente parado siempre en el medio de la vida, pudo pivotear hacia el futuro sin que la muerte sea una amenaza —sus canciones tienen ganada la eternidad— y al pasado sin riesgo de quedarse atrapado en él, algo que puede escucharse en la nostalgia con la que ha vestido alguna de sus frases más mordaces e irónicas (Te suplico que me avises si me vienes a buscar, no es porque te tenga miedo, solo me quiero arreglar, le canta a la muerte más melancólico que provocador) e incluso en la misoginia de “Peperina”, una melodía hermosa para una historia despreciable. Las melodías de Charly le dan belleza y añoranza a letras ajenas a ellas.
"Freud ha arruinado todo, como internet", canta Charly en el momento más Charly de La Lógica del Escorpión. Versos que van derecho a la interminable lista de frases célebres de su carrera, sean dentro o fuera de una canción. Pero la lucidez se completa, otra vez, por la forma en la que canta, con las desinencias típicas de su estilo, que terminan por darle a la frase una simetría bien propia de su obra. Charly, en contrapunto con su vida pública, es, entre otras cosas, el gran formalista del rock argentino (de hecho, que este disco fluya como un LP es otro de los aciertos). Sus estudios como pianista de Conservatorio aportan al rock más por haber sabido extraerle elementos pop a la música clásica (melodías simétricas, claridad en la instrumentación, la voz al servicio de que las letras se entiendan), que por dotar al rock de sinfonismo. Sí, todo ok con La Máquina de Hacer Pájaros, pero la melodía de “Como mata el viento norte” sobresale por sobre cualquier muestra de virtuosismo en toda la discografía del grupo.
Pero los momentos Charly en este nuevo disco son pocos. La nostalgia se traslada a las citas y reciclajes mucho más que a un encanto melódico mientras que las composiciones rescatan un rock crudo y machacante que nunca fue su fuerte. Podemos enumerar grandes riffs (“Cerca de la revolución” en el tope del podio) y performances blueseras a lo largo de su obra pero el gran factor diferencial está más emparentado con eso que Pappo describió, peyorativamente, como ablandar la milanesa. Al ablandar al rock, Charly también lo estiró, lo elastizó y le dio su mejor forma.
En La Lógica del Escorpión, por más vitalidad que se busque desde la crudeza instrumental, el pulso definitivamente rockero y la brevedad de los temas (13 canciones en 34 minutos), hay un Charly también deteriorado en sus capacidades compositivas. Los Beatles, Los Byrds, Patti Smith, Piazzolla, Brian Jones, Kurt Cobain y David Bowie son citados de alguna u otra manera en todo el disco; Lebón, Aznar, Fito Páez y hasta Spinetta sampleado participan del álbum y abundan también las reversiones de temas propios y ajenos. El entusiasmo rocker de las canciones puede hacer de contrapunto para que el racconto de influencias no se escuche como homenaje-despedida (el otoñalismo de Random iba más en esa tesitura) pero tanta mirada al pasado es una manta corta al que se le escapan los pies de un presente disminuido. La nostalgia como maquillaje paratextual más que como sentimiento.
Charly García perdió la voz, no es novedad, y La Lógica Del Escorpión lo expone, tal vez como decisión estética, desde el comienzo mismo. Pero esa pérdida no solo es audible en el timbre sino también en la dicción. La respiración interrumpe las palabras, les quita energía, y a eso se le suma que las letras se empastan. Así, la inteligibilidad de lo que canta se ve disminuida. Como ejemplo, escuchar la forma en la que suena la r de tren en la actual “Watching de Wheels” en comparación a su tren de “Bienvenidos al tren” de Sui Generis y al de “No voy en tren”. Menguada en sus fases compositivas e interpretativas, la música de Charly, si ha de mantener un presente, es un presente ajado con destellos de lucidez, una nueva etapa en la vida de una obra que no deja de agregar capas a una completitud lograda desde siempre pero que paradójicamente nunca dejó de estar en desarrollo.
A los 72 años, Charly publicó un nuevo trabajo en este “mundo traicionero y digital”, como canta en “El Club de los 27” (otro rapto de lucidez en el que recurre la dinámica del espejo –72/27– que tan bien manejó siempre en consonancia con las simetrías, como acá con Susana Giménez y acá con Lanata). Destino obvio, este disco de este Charly García en este mundo traicionero y digital quedó también expuesto a la hipérbole y la sobreactuación de opiniones. Las redes sociales se convirtieron en un ring en el que solo había lugar para emocionarse o ser hater. Porque allí no existen los puntos medios, no existe ese espacio -más real y sano- en el que las cosas advienen, flotan y devienen, tocando los extremos solo para desecharlos como zona de permanencia y volver a transitar la búsqueda. Ni el disco de Charly fue ajeno de este presente hostil, pero eso no es su responsabilidad ni a esta altura no podemos pedirle a que sea él quien nos emparche y nos limpie la cabeza.
Por fuera de las pantallas, la cosa tampoco fue muy distinta. La Lógica del Escorpión fue publicado el miércoles 11 de septiembre a las 9 de la noche, pocas horas después de que un agente de la Policía Federal le tirara gas pimienta a una nena de 10 años. El disco incluye una reversión de “Juan Represión”, un tema que tiene ya 50 años y que si bien podría haber sonado actual en muchos otros momentos de la historia argentina, la ubicuidad de ese día no hace más que sumar a la mística profética Charly García. viaje al pasado al que la contingencia vuelve antinostálgico. Una paradoja más en su obra: canciones liberadas al presente, de un artista que –por contexto propio y ajeno– hoy suene condenado a él.
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