Después de una charla con Fede Bareiro (amigo, colega y con quién trabajé en el documental sobre el Quilmes Rock), volví a escuchar I'm New Here, de Gill Scott-Heron. Breve resumen: Gill Scott-Heron fue poeta, cantante, activista por los derechos civiles y referente del spoken word (un tipo de recitado performático que hoy es visto como precursor del rap). En 1970, escribió su poema-canción más famoso, que lleva por título una frase que hoy cita todo el mundo: "The Revolution Will Not Be Televised". La revolución no será televisada. Pero el disco al que volví es uno mucho más actual. De 2010, es el último que grabó antes de morir y también el que marcó su regreso después de 16 años de detenciones, rehabilitaciones y padeceres. Ese hiato también coincidió con el hecho de que no se llevaba muy bien con el hip hop de los 90. Él, que se había dedicado a elegir con cuidado palabras y música, encontraba mucha pose y poca sustancia en los raperos que eran más gángsters que poetas. Así las cosas, en el título de su disco regreso (I'm New Here = Soy nuevo aquí) había algo de chiste con varios sentidos. Scott-Heron tenía más de 60 años, su música ya no era novedad y nadie clamaba por su vuelta. Pero también el chiste puede leerse en términos sonoros. Entre teclados de Damon Albarn y algún sampleo a Kanye West, Scott-Heron recitaba sus spoken word en un nuevo paisaje, una nueva modernidad. Esta era una modernidad que no había inventado pero que le sentaba igual de bien que aquella de la que había sido artesano. I'm New Here es un disco de folk post-industrial. Suena denso, peligroso. Entre la música y las palabras flotan partículas de mugre analógica, partículas de un tiempo pasado, de recuerdo y reconstrucción.
El tema de ese disco que más repercusión tuvo fue "Me and the Devil", una versión del clásico de Robert Johnson, aquel bluesero del Mississippi que de tan virtuoso, místico, gede y mujeriego inventó no solo una forma de tocar que influyó hasta a Keith Richards sino también, y esto sin querer, el estereotipo de estrella de rock: inauguró el club de los 27 al que se sumarían Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain y Amy Winehouse, por ejemplo. Entre la versión de Scott-Heron y el original de Robert Johnson hay 73 años y mucho cemento de distancia. Unidas por cierta angustia, en la de Johnson el espacio entre la guitarra y la voz suena fresco y pajuerano, un drama de cadencia campesina ante un paisaje que se abre y se abre pero en cuya inmensidad no habrá mucho más que muerte. "Podés enterrar mi cuerpo al lado de la ruta, así mi viejo y diabólico espíritu se puede tomar un colectivo y viajar", termina la letra. En la versión de Gill Scott-Heron, el encuentro con el diablo es claustrofóbico, urbano, nocturno. Como si el cuerpo ya no fuera enterrado en una ruta del Mississippi sino debajo de la autopista de una metrópolis devastada. Mientras que Robert Johnson va deseoso a encontrarse con el diablo, con la esperanza que dan los días de sol incluso así fueras esclavo en una plantación, Gill Scott-Heron va resignado, como si todo a sus espaldas y a sus costados se fuese cerrando. El infierno como peor opción pero también como la única.
Ese disco de Gill Scott-Heron dio lugar a otros. Uno de remixes a cargo de Jamie xx –ese fue el que me mencionó Fede y me disparó el recuerdo– titulada We're New Here (Somos nuevos aquí), luego otro por Makaya McCraven titulado We're New Again (Somos nuevos otra vez). El paso a la primera persona del plural pone de manifiesto la cadena de colaboraciones e influencias para llegar al producto terminado. Una construcción colectiva que, además, termina por dar cuenta de que el tiempo es más significativo que el lugar. En el título de Makaya McCraven se elimina la referencia espacial. El “here” (aquí) desaparece y ya no importa a dónde refiere, importa a qué refiere el ahora: a esa resurrección personal y colectiva de ser nuevos una vez más. El juego de nombres tiene un epílogo. Durante las sesiones de I'm New Here, Scott-Heron se hizo de un rato para regrabar temas viejos. Despojado de cualquier otra cosa: piano y voz, como en las primeras épocas. Editado póstumamente, el disco se llamó: Nothing New. Nada nuevo.
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"Nadie se salva solo" es el lema que sirve de subtítulo a la versión serie de El Eternauta. No hay spoilers acá, es una continuación de la idea que al propio Oesterheld –desaparecido en la última Dictadura Militar– le vino después de publicada la novela gráfica que creó en 1957. "El héroe verdadero de El Eternauta es el héroe colectivo (...) el único héroe válido es el héroe en grupo, nunca el héroe individual", dice el texto firmado por Oesterheld y viralizado en estos días.
Juan, el protagonista de la serie, es un héroe a contrapelo de esta actualidad individualista y gerontofóbica. Es un hombre de más de 60 años, padre de familia, que juega al truco con sus amigos de la misma edad. Toman whisky y escuchan Pescado Rabioso, Manal y La Pesada del Rock and Roll. Todos suenan en el primer episodio como parte de la diégesis (desde el estéreo de un auto, desde un tocadiscos). Otro amigo y colega, José Bellas, escribió al respecto en Twitter: "Manal, Pescado Rabioso y La Pesada conforman la identidad músico-cultural del varón argentino de entre 45 y 70 años (...) realizaciones como El Ángel, Los Delincuentes y ahora El Eternauta dejan sentada esa música como un fondo de nostalgia idealizada". Hace ya unos años, José (PK) suele repetirme en charlas varias: "El rock es un folklore, Chaves".
Y lo es. Al mismo nivel que la zamba, la chacarera, el chamamé y el tango.
Hay una banda indie que ya convoca lo suficiente como para llenar un Niceto, girar por el mundo y hasta tienen videos que superan el millón de reproducciones en YouTube. La banda se llama Fin del Mundo pero cualquiera que sabe de su existencia la llama Las Fin del Mundo, así, con el artículo. Son cuatro chicas, dos de ellas con raíces patagónicas y de ahí el nombre. El artículo lo cambia todo. No se trata de un lugar ni de un momento. Se trata de ellas y del abismo sin apocalipsis del que son anfitrionas. Como si el espacio que surge de eso que tejen entre arpegios y distorsiones reflejara una belleza fugaz y amenazada. Fugaz en el arpegio, amenazada por la distorsión. El último disco se llama Hicimos crecer un bosque y me gusta leer de corrido: “Las fin del mundo hicieron crecer un bosque”. Es como si esa gran película de esta época que se llama No esperes nada del fin del mundo fuese corregida a un título optimista: Se puede esperar algo de las fin del mundo.
Tienen una canción cuya letra es un poema de Pizarnik. Se llama "La noche". El poema dice:
(un dibujo de Klee)
cuando el palacio de la noche
encienda su hermosura
pulsaremos los espejos
hasta que nuestros rostros canten como ídolos
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El lunes recibí un mensaje del Míster (Ramiro García Morete) que decía: "¿Cómo va? Bueno, aquí finalmente de regreso al folk". Y me pasaba un link a su nuevo EP, que sacó con Joaquín Castillo y se titula La Plata o L.A. Ese regreso que se daba "finalmente" no era un finalmente para mí, que siempre fui más seguidor de la vertiente soul eléctrico bonaerense que le imprimió a Las Armas Bs. As. y mucho menos de sus exégesis del folk o el indie. Tampoco era un finalmente para otros. Era un finalmente para él. Porque el Míster confía tanto en una guitarra, una armónica y Bob Dylan como el protagonista de su canción "Toulouse, Almería, etc." lo hace en el tiempo y los aviones. No creo que el 28 de abril de 2025 se haya editado en todo el mundo una canción más linda. Es una canción simple, sin nada de particular en su estructura, su sonido o su melodía. Es, en todo caso, el confort de un colchón con la huella de un cuerpo que descansa en él desde hace años. El tema narra un desencuentro amoroso pero mantiene un raro equilibrio entre nostalgia y esperanza, que no es otra cosa que cierta paz con el presente. "La historia está escrita y no tiene fin", le canta él a una ella luego de que los versos anteriores dejaran en claro que ambos desean saldar algo que se deben solo a ellos. Ser otra vez, como antes pero nuevos. Amor folk.
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El nuevo disco de Lali tiene referencias a Babasónicos, Charly, Los Redondos y le hacen coros los cantantes de Bersuit Vergarabat. Una popstar que toma sonidos del rock: Lali está en su pro-Miley era, que es también su anti-Milei era. En su carácter de urgente y maquiavélico, el pop folkloriza todo lo que tiene a mano en un collage que diluye jerarquías y contextos. Un producto nuevo que se sirve sin culpa de cosas que han tenido una vida anterior: la estética 47 street, Chiquititas y la frase de Los Redondos. Todo vale. No vayas a atender cuando el demonio llama, así el nombre del disco, termina con una locución que recuerda a la televisión de los 90: "Aquí finaliza el álbum pseudo rockero de Lali. Esperamos que les haya llenado el corazón de alegría y confiamos en que lo van a reproducir hasta que sus familias los odien. Gracias por apoyar a su popstar favorita. Y recuerden...". La voz es interrumpida ahí por un ruido blanco que se extiende durante los 12 segundos finales del disco. Como si no hubiera nada que recordar. O, más aún, como si nadie pudiera imponerte un recuerdo. Para que mañana florezca otro pop. Distinto de aquel, pero casi igual.
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Hay un episodio de El Eternauta [calma, esto no es spoiler] que termina con una canción de Él Mató, que te lleva a los créditos. La canción tiene ya más de 10 años y la banda más de 20. En un festival de rock, la gente corea temas de Él Mató como los de Andrés Calamaro, Fito Páez o los Fabulosos Cadillacs. El tema que suena en la serie es "El magnetismo", cuya letra es bien breve: ¿Quién te va a cuidar? / En este mundo peligroso tenemos que estar juntos / ¿Quién detendrá a la turba iracunda si no estoy con vos, nena? / Con este magnetismo que sigue bajando, nena. De las tantas formas en las que Él Mató se inscribe en la historia del rock argentino, hay una que tiene que ver con el uso del "nena". Utilizado en los comienzos como derivación del “baby” anglosajón, el “nena” tenía un dejo sexista y falocentrista, desde Pescado Rabioso a Los Ratones Paranoicos y con un remate en la parodia de Pomelo en Peter Capusotto y sus videos. Pero en la voz de Santiago Motorizado, frágil y caída de la afinación, se disuelve la disparidad de poder. El “nena” suena más a compañerismo que a cosificación.
Justo antes de que suene el tema en la serie, el protagonista (Darín) le pregunta a su amigo cómo hizo para poner a andar la camioneta. Su amigo levanta y agita el dedo índice: "Lo viejo funciona, Juan". Después se lleva el mismo dedo a la sien y repite: "Lo viejo funciona".
Muy atinada la observación sobre el "Nena". Suena muy amigable en Santiago.