[Una vez en la facultad]
Alumno: ¿Saber tanto de cine no hace que termine disfrutando menos una película, que no pueda volver a una mirada menos analítica?
Profesora: Todo lo contrario, a mí saber me aumenta el goce.
Sentimos que tenemos que resolver todo. "Uno que resuelve" es una de las frase/meme del último tiempo. Supuestos especialistas te explican cómo atravesar un duelo en la misma cantidad de pasos con los que otros te enseñan a hacer un budín de mandarina. Alexandra Kohan en Dinero y Amor decía el otro día que este tipo de tutoriales son "una paparruchada" (los de los budines están ok), porque no contemplan ni la individualidad ni la contingencia. Y agregaba: "Suponen que no haya sorpresas, que uno sepa lo que tiene que hacer antes de atravesar la experiencia". Con la música pasa lo mismo.
En tiempos donde todo tiene que ser utilitario y funcional, hay una tendencia a resolver las canciones como si fueran un trámite de la AFIP. Las escuchamos, leemos en algún lado a quién está dedicado tal verso, de dónde salió tal sample, con qué instrumentos la grabaron y creemos así haber accedido a cierta verdad. Y entonces ya está: la solucionamos y pasamos a la siguiente. Nos privamos de darle tiempo a la perplejidad emocional del encuentro con una canción. No quiero que una canción que me guste se me vuelva inapelable como una verdad, quiero que sea escurridiza como el deseo. Que se disuelva a medida que me acerco a ella. Como cuando te gusta alguien y querés saber todo de esa persona solo para constatar que, en última instancia, no sabés por qué te gusta. Y es mejor que así sea. Agrego a lo que decía mi profesora de la facultad: dato no mata relato, dato construye relato.
El algoritmo de TikTok me puso frente a un usuario que te cuenta la historia de canciones de rock argentino. A la de "Todo preso es político", de Los Redondos, le agregó, además, una "EXPLICACIÓN". Sobre los versos "Obligados a escapar / Todo preso es político", un texto decía: "Si las condiciones de detención son infrahumanas, el preso tiene derecho a fugarse". El songsplanning que analiza letras pero no sonidos, es un procedimiento que le saca la música a la música. Desde ese punto de vista, cuando John Lennon canta "She looked so beautiful, I could eat her" está diciendo lo mismo que cuando Amar Azul canta "Era tan bella la quería comer". Pero, además, este tipo de explicaciones suenan a mandato que te ordena cómo escuchar una canción. El resultado es un tutorial que te dice a qué te tiene que remitir un verso cada vez que lo escuches. Como si todos fuésemos la misma persona. Como si nosotros mismos fuésemos siempre la misma persona.
Hace 10 años escuché por primera vez a Ka, hoy mi rapero favorito. Fue en un Corsa azul yendo a ver a la Fernández Fierro con dos personas que conocí ese mismo día en un show en el Teatro Ópera del que huimos a la segunda canción. El conductor puso The Night’s Gambit y yo, que estaba haciendo del hip hop mi género más escuchado, sentí que el asiento de atrás nos chupaba a mí y a la música como un agujero negro. No entendía una palabra de lo que rapeaba Ka, pero todo lo que sonaba se me presentaba de frente, me dejaba sin reacción y desaparecía al instante. Sonidos como dementores que habían encontrado un rival demasiado sencillo.
Hace 7 años vi por primera vez The Wire, hoy mi serie favorita. Y descubrí que un tema de aquel disco de Ka empezaba con una cita de un diálogo de la serie. Dos transas hablan sobre ajedrez:
-Los peones… son eliminados rápido. Quedan afuera del juego desde temprano
-A menos que sea un peón inteligente.
La música de Ka necesita del espacio como The Wire necesita del tiempo. Si las palabras del rapero refuerzan su intensidad porque todo alrededor se desintegra, en la serie cada personaje adquiere relevancia porque el relato es paciente con los momentos de cada uno.
Una madrugada de pandemia, el ruido de una lata arrastrándose por el pavimento me hizo volver a Ka. El óxido de la lata contra los granos del asfalto sonaba como un lamento resquebrajado al que la niebla de mayo le hacía de acompañamiento armónico.
Esa noche leí que Ka era bombero, pero nunca supe qué hacer con ese dato. Mientras repasaba su discografía esta semana, caí en la cuenta de que las portadas de todos sus discos son en blanco y negro o en escala de grises. Sus canciones ahora me suenan a los pensamientos de un tipo que, parado en medio de un departamento devastado por un incendio, mira el hollín en la pared con los pies tapados de cenizas y la duda de cuándo fue que él mismo extinguió el fuego.
Los discos de Ka se volvieron cada vez más abstractos. En los dos últimos, las baterías pierden sus contornos, el ruido ambiente se mete entre los arpegios de guitarra y las palabras aparecen en diferentes planos, no muy alejados, con finales más suspensivos que conclusivos. El día que deje de sacar discos, el silencio será su continuación lógica. Me gusta que, cuanto más difusa, más verdadera se siente su música. Aunque hay cosas que se resuelven cuando se disuelven, esa no es la relación que quiero mantener con las canciones de Ka. Prefiero volver a ellas cada tanto, acercarme lo más que pueda en cada escucha y dejar que se disuelvan para que nunca se resuelvan.