Dillom camina por el escenario con andar deforme. Encorva su tronco para cantarle al micrófono y cada vez que da un paso todo el peso de su cuerpo se va hacia el pie afirmado en el suelo. El otro pie, en el aire, queda un microsegundo a la deriva en su propio temblequeo. La distorsión de una guitarra de pasado hardcore y el dramatismo del cuarteto de cuerdas le caen como lianas sonoras que atraviesa con la lentitud y el swing de un jorobado. Hasta la reverberación molesta del Luna Park completa la maraña en la que se pasea, no Dillom sino el personaje que encarna.
Sobre el concepto de Por cesárea, el disco que presenta, ya se habló bastante: relata la vida de una persona que tomó siempre decisiones equivocadas, femicidio y suicidio incluidos. En vivo, lo tétrico del asunto se refuerza con telas que caen como harapos de piel putrefacta y un corazón gigante, en el techo del estadio, que late una luz amarillenta. Todo es tan teatral que nadie podría especular (mucho menos reclamar) un contenido de verdad. Aunque sea el grado cero del arte hay que aclarar: se plantea una historia ficticia. Así, Dillom se convierte en la excepción más popular en una escena musical que sobrenarra sus lujos (sus derrotas bastante menos) bajo la premisa de mostrarse “reales”, pero que termina en un discurso único sobre las formas del éxito y su storytelling.
El mal es de época. La puesta de Dillom en el Luna Park se dio la misma semana en la que, otra vez, Gran Hermano se impuso en la opinión pública a costa de mostrar la violencia y el desquicie alrededor de la participante más desequilibrada de esta edición. El reality, que alguna vez se vendió como “la vida misma”, volvió a exponer la salud mental de una persona para quien los límites entre ficción y realidad parecen borrados por completo. Del otro lado de las pantallas, Twitter Argentina se sobrecargó de chistes, memes y viralización de un contenido que mostraba a la “jugadora” perdiendo la cordura en cámara y desatando el caos de sus fans, no menos afectados. Así como es obvio que Dillom después del recital se desprende de su personaje, resulta difícil creer que la Furia de Gran Hermano pueda disociarse con facilidad de la que, ahora, está fuera de competencia. Y mucho menos pensar que lo ocurrido purificará o siquiera mejorará el porvenir de alguien, ella incluida. Ni sublimación ni catarsis: el colapso de un ser humano usufructuado como shots de dopamina mal cortada, para todos y todas.
Una rareza en el repertorio: Dillom no toca “Opa”, su tema más conocido y con mayor cantidad de reproducciones. Si la decisión responde a que -al igual que el tatuaje de su cara ahora tapado en capas de maquillaje- no cuadra con la narrativa del show actual, es por demás acertada. Porque tampoco se trataría de esa práctica absurda de renegar del hit, sino tratarlo como uno más. Cada canción como el medio para contar algo que las excede. Pero la exclusión habilita también otras preguntas: ¿El show de qué otro músico de su generación podría no incluir su mayor hit y así y todo dejar a su público conforme? Más aún: ¿Cuántos están dispuestos a correr el riesgo de no complacer a sus fans? Lo que se quiere contar excede, entonces, también al cantante y sus seguidores. Dillom: un artista entregado al concepto.
Entre el blanco y el negro están todos los colores
Muchos tonos de grises…
Así cierra el poema que Dillom tiene escrito en su remera, una de las varias que usa a lo largo del recital. Son versos inéditos de Andrés Calamaro que lo rescatan su mejor faceta, la de letrista independiente de la misoginia y el clasismo que derrocha por Twitter, en su pose de incorrección política que solo denota haraganería intelectual y falta de sensibilidad.
También se sabe desde que salió Por cesárea que Calamaro canta como invitado en “Mi peor enemigo”. En el Luna Park, ante su ausencia, Dillom se hizo cargo del final del tema. “La vida pasa rápido, rápido / La vida pasa rápido, rápido”, repetía mientras su voz se cargaba de autotune en un descenso al colapso definitivo.
El autotune, tan criticado por los odiadores de lo nuevo, es un intensificador de emociones. Usado en ese mantra final de “Mi peor enemigo”, funciona como recordatorio de que el cuerpo humano es una máquina imperfecta, incapaz de expresarlo todo. Un artificio con el que Dillom deshumaniza su voz para, aunque parezca contradictorio, volverse más íntimo. El efecto sonoro, lejos de distanciar, lo ayuda a expresar algo que va más allá de la voz y las palabras: el autotune lo derrite como si su piel llorara agua hirviendo. Con el agravante de que una vez extinguida la materia, la angustia todavía reverbera sobre sus restos como un sonido más. Pero, muerto el personaje, la sublimación es también del público. Si lo que el cuerpo siente sobrevive por unos segundos al propio cuerpo, queda a expensas del derrotero de cada quien que eso sea castigo o recompensa.