[El mejor chiste que me hicieron cuando era metalero:
“Dejá de joder con esas bandas violentas que llevan acento hasta en la R”]
Hace dos semanas que todos los días escucho algo de Björk. Un disco cualquiera y que el algoritmo haga lo suyo hasta que se desvíe y entonces lo vuelvo a encarrilar. En general, mi método cuando quiero escribir sobre la música de cualquier artista es ese. Primero dejo que suene de fondo, que se transforme en una textura más del ambiente y dejo que algún detalle me motive a adentrarme y darle una escucha más detallada. No creo estar inventando nada ni me adjudico originalidad en esto.
Escribir sobre Björk siempre me fue (es) difícil. La vi tres veces en vivo y en cada show quedé con la sensación de no saber cómo poner en palabras sin reducir a sentido algo que se juega en el plano de lo mágico y lo fantástico. La tentación con la música de Björk es entrarle por detalles técnicos. Que el diálogo entre vanguardia y mainstream, que su conexión con los costados más experimentales del pop, que la música clásica y la electrónica, que el permanente diálogo entre naturaleza y tecnología…
Esta vez, en cambio, puse los discos y los dejé sonar con la esperanza de encontrar, en palabras de Hugo von Hofmannsthal, “profundidad en la superficie”. Ese es, creo, el gran artilugio pop. Y lo primero que me resonó fue la forma en la que Björk pronuncia las consonantes.
Voy antes con una simplificación: las consonantes son percusivas y las vocales son melódicas. En la música cantada, el exceso de emociones se transmite en las vocales. Los melismas (grupo de notas sucesivas que forman un adorno sobre una misma vocal) son desde la ópera en adelante el arreglo por excelencia para el melodrama. Whitney Houston en “I Will Always Love You” hizo toda una canción con melismas y para Ariana Grande es directamente su marca de estilo.
Como excepción, el Mosca de 2 Minutos en “Ya no sos igual” parece hacer trabarse en la L de “Federal”: un melisma do it yourself. Si la idea del recurso es que las vocales den continuidad y flujo entre las notas, al Mosca se le corta, mete una consonante en el medio y retoma después. Técnicamente mal, como tiene que ser el punk.
El melisma es virtuosismo y alarde pero también su extremo opuesto, lo vulnerable, lo desafinado se escucha ahí. En las vocales se exponen virtudes y defectos porque son el lugar para el desborde expresivo (de amor, de muerte, de felicidad, de tristeza, de lo que sea). Nadie desafina en una R, una J o una T. Lo que no quiere decir que no pueda haber allí sutilezas.
El momento Björk que me hizo parar el oído esta semana fue cuando en “Stonemiker” canta: “Moments of clarity are so rare”. No dice clarity, dice clarrrity. Sostiene una dureza que es propia del islandés (la lengua madre de Björk) pero no del inglés. Y entonces le da a la claridad una fuerza que está mucho más en la emoción de quien la siente que en la palabra misma. Es como si Björk pudiese observar por separado no solo la palabra y su significado, sino también cómo se siente quien la expresa. Le agrega a la palabra su sensación, con total delicadeza, desmoldándola con cuidado del nido del lenguaje. Una impresionista del canto.
Entre todo el magma de sonidos difíciles, Björk no pierde nunca ese carácter confesional que la acerca a Joni Mitchell mucho más de lo que parece. En una entrevista a New Yorker hace 20 años, hablaba de hacer música folk sin sonar estereotípicamente folk y ponía a sus productores a escuchar la Misa Criolla de Ariel Rámirez como referencia del trabajo vocal que quería para Medúlla, el disco en el que estaba trabajando entonces. Decía, también, que quería sonar “eslava pero con un poco de David Beckham”.
Vuelvo a “stonemilker”, ahora para el clímax dramático cuando pide “emotional respect”. La voz temblorosa patina sobre el rocío sónico de las cuerdas, como si exclamara algo que es a la vez visceral y esquivo. Nada que ver con el “R-E-S-P-E-C-T” de Aretha Frkanklin, cargado de un swing que lo hace visceral y empoderado. En el respeto emocional de Björk, la voz y el paisaje sonoro de fondo sobreimprimen quietud y movimiento, como el paisaje y la cortina en este cuadro de Andrew Wyeth.
Como un buen fotógrafo hace con lo que ve, Björk encuentra sonidos, y por lo tanto impresiones, donde otros no. Vuelve más duras a las consonantes y con ello pone de manifiesto todo lo vulnerables que pueden ser y arma así otro pliegue de sus magias y fantasías. En un mundo que de tan obsesionado con mostrar lo real paradójicamnte derrumba todo sentido de realidad, hay una mujer que lleva en su garganta un nuevo sonido para las palabras y que sale, impasible e incorregible, a regalarles otra realidad posible. Anterior o posterior a la que nos toca.